Esta investigación concluyó que existe una relación entre la inflamación del hipotálamo, una parte del cerebro que regula el equilibrio energético y el hambre, y la cconsumo de dietas ricas en grasas. “Las dietas ricas en grasas pueden conducir a un círculo vicioso que es difícil de detener”, publicaron en la revista PNAS.

Sin embargo, no todas las grasas provocan este fenómeno.. Se recomiendan grasas saludables, como las incluidas en el aguacate, los frutos secos o el aceite de oliva en un plan de alimentación saludable en las porciones recomendadas. El problema está en la ingesta excesiva de alimentos ultraprocesados con altos niveles de grasas industriales.
“Estos alimentos producen una inflamación del hipotálamo que aumenta el apetito a niveles que nos hacen comer más de lo que necesitamos y que subamos de peso”, detallan los autores del trabajo, aunque aclaran que “la inflamación de esta región del cerebro también se asocia a enfermedades como la anorexia y otras que provocan pérdida de peso”.
El equipo encabezado por Michiru Hirasawa se dio cuenta de que las dietas ricas en grasas hacen la prostaglandina E2 (PGE2) activa la hormona MHC en el hipotálamo, lo que hace que las personas sientan hambre.
Por ello, este fenómeno podría explicar el aumento de peso y, en otros casos, la pérdida excesiva de peso. En alta concentración produce una intensa inflamación y la PGE2 suprime el apetito, pero si la concentración es menor lo aumenta.
Cómo detectaron la influencia del consumo de grasas en el apetito
Los investigadores utilizaron modelos animales para descubrir cómo se regula la relación entre la inflamación y los trastornos del apetito. Para ello probado modificando genéticamente los ratones que participaron en el estudioeliminaron los receptores de esta prostaglandina en las neuronas del MHC, y los animales quedaron protegidos frente a la obesidad o el hígado graso provocado por la inflamación del hipotálamo asociada a una dieta rica en grasas.
Para Hirasawa no es fácil predecir “el resultado de la inflamación, porque la intensidad baja o alta es relativa, puede ser aguda o crónica e involucrar a muchos órganos, células y moléculas diferentes”.
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Sin embargo, Hirasawa aclaró que “reducir la inflamación puede aliviar ambos síntomas”. “Por ejemplo, la dieta mediterránea es antiinflamatoria y se sabe que ayuda a reducir el peso en personas con sobrepeso u obesidad. Pero también es esencial ser selectivo sobre cómo y cuándo se usan los tratamientos antiinflamatorios, ya que la inflamación también es necesaria para nuestro funcionamiento diario, por ejemplo, curar heridas o combatir infecciones”.
Finalmente, Hirasawa cree que estos avances “pueden conducir algún día a tratamientos para la obesidad”. Para ella, “el conocimiento del mecanismo que se inicia con la ingesta de alimentos grasos y provoca la inflamación que aumenta el apetito permitiría desarrollar tratamientos que utilicen esta diana”.
Someter a las personas a la modificación genética a la que se sometieron los ratones del estudio publicado en PNAS no es factible porque la PGE2 tiene muchas otras funciones, además de inflamar el hipotálamo y provocar hambre. Y si bien la experta reconoció que “se espera que los tratamientos que bloquean este mecanismo tengan un efecto antiobesidad”, concluyó que “es fundamental identificar los posibles efectos secundarios y probar su seguridad antes de usarlos”.
RB CP
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